Wednesday, March 31, 2010

Una interpretación de The Wild Iris de Louise Glück (1992)




En este poema se sucede un tránsito arquetípico: aquel que se repite en el relato de muerte y resurrección de quien regresa renovado para comunicar su aprendizaje, para entregar su palabra. Aquí asistimos a la transformación de quien encuentra una voz propia tras un periodo de silencio. Es el lenguaje poético el que obra la individuación del arquetipo y da a la pieza el sentido de su existencia.

Veamos cómo Louise Glück arquea la narrativa del mito de resurrección en el poema. El movimiento que tiene lugar en el poema nace en el sufrimiento de quien exhorta al otro -al - para ser escuchado(a); luego, se detiene en la penumbra de "una consciencia sepultada en la rígida tierra (...), un alma incapaz de hablar (que más tarde renace cuando) pudo hablar de nuevo. (Y, como todo aquel que) retorna del olvido (lo hizo) para encontrar una voz. (La voz poética surge) del centro, de la fuente, de la profundidad de las aguas azules." Bien podríamos decir: resurge de la noche oscura del alma, parafraseando a San Juan de la Cruz.

Como vemos, el poema nace, transita y muere en imágenes comunes: la puerta de paso al otro mundo que espera al doliente como alivio de su sufrimiento, el retorno desde el otro mundo tras encontrar la gran fuente de vida en las profundidades del yo, sombra azul de un mar azur. Pero escapa del estereotipo porque lo protege un misterio: el título, ese iris silvestre, salvaje, que irradia los versos con su reserva.

¿A quién le habla el poema? ¿Quién es el que interpela? ¿A qué dimensión pertenece ese iris silvestre, ese lirio salvaje que no puedo imaginar sino azul, aun cuando los haya blancos, malva y amarillos? ¿Acaso su misterio descansa en la sencillez de la flor, que crece en primavera en los bosques de Jerusalén? ¿Acaso su virtud poética se teje en la textura cromática del azul, entrelazado al azur marino que se suman al iris del título? Este juego de tonalidades nos acerca al violeta asociado con la visión mística de la muerte, de cuyas profundidades emerge la voz para regresar vivificada, desde el otro mundo. ¿Acaso todo este azul no sea otro que el azul iridiscente de unos ojos que callan, los ojos de aquel o aquella que es interpelado(a)? ¿Acaso se trata de Iris, la mensajera de Zeus y Era, símbolo de la unión entre Cielo y Tierra?

Sin duda, desentrañar el misterio abriría otras puertas a la interpretación.



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