Tuesday, February 2, 2010

There is something comforting in tradition; stockings on christmas, family dinner on sunday, my morning cup of coffee and villanelles. The last tradition is one that I had to acquire taste for, a strict and traditional form of poetry that harnesses in emotion and allows a poem to scream with tension. A villanelle is a poem with nineteen lines, two rhymes, two repeating refrains, five tercets and a quatrain.

I, like many young poets of today, thought any form of traditional poetry stifled my creativity. “Well, I only write in free verse, sonnets and villanelles are too limiting.” Why would one only write in free verse if they had no idea how to master what free verse was breaking away from? I still struggle with the confinement of traditional forms, most poems that I begin in form either turn into something else entirely or sound elementary with forced rhyme schemes. However, when form is done well, mastered, there is no denying it’s effectiveness and artistry.

Two of my favorite, and very well known, villanelles are ‘The Waking’ by Theodore Roethke and ‘One Art’ by Elizabeth Bishop. Both poems are built on solid refrains, ambiguous rhyme schemes and most importantly the form doesn’t swallow the content. Roethke’s poem has a haunting musicality that enhances the poems examination of waking. The villanelle is the perfect form for this poem, the repetition gives the sensation of being lulled in and out of sleep, as if life were nothing more then sleeping and waking. The emotion harnessed into Bishop’s poem is so alive and vibrant and could not have been achieved with out ridged quality of a villanelle. By the final stanza, the quatrain, the reader is overwhelmed with the sense of loss that speaker of the poem is revealing. In both of the above mentioned poems the refrains serve as a winding thread, leading the reader to the final revelation while holding the prior stanzas lines in place.


The Waking

by Theodore Rothke

I wake to sleep, and take my waking slow.

I feel my fate in what I cannot fear.

I learn by going where I have to go.

We think by feeling. What is there to know?
I hear my being dance from ear to ear.
I wake to sleep, and take my waking slow.

Of those so close beside me, which are you?
God bless the Ground! I shall walk softly there,
And learn by going where I have to go.

Light takes the Tree; but who can tell us how?
The lowly worm climbs up a winding stair;
I wake to sleep, and take my waking slow.

Great Nature has another thing to do
To you and me, so take the lively air,
And, lovely, learn by going where to go.

This shaking keeps me steady. I should know.
What falls away is always. And is near.
I wake to sleep, and take my waking slow.
I learn by going where I have to go.


One Art

by Elizabeth Bishop


The art of losing isn't hard to master;

so many things seem filled with the intent

to be lost that their loss is no disaster.


Lose something every day. Accept the fluster

of lost door keys, the hour badly spent.

The art of losing isn't hard to master.


Then practice losing farther, losing faster:

places, and names, and where it was you meant

to travel. None of these will bring disaster.


I lost my mother's watch. And look! my last, or

next-to-last, of three loved houses went.

The art of losing isn't hard to master.


I lost two cities, lovely ones. And, vaster,

some realms I owned, two rivers, a continent.

I miss them, but it wasn't a disaster.



--Even losing you (the joking voice, a gesture

I love) I shan't have lied. It's evident

the art of losing's not too hard to master

though it may look like (Write it!) like disaster.


‘The Waking’ by Roethke was made into a beautiful song by jazz artist Kurt Elling, on his ‘Nightmoves’ album. This poem along with Rainer Maria Rilke’s ‘Duino Elegies’ and Richard Wilbur’s ‘Love Calls Us to the Things of This World’ have been very inspirational to my poetry as of late, these poets ability to explore the human spirit in such restrained language and imagery is truly admirable.

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Duermevela

DUERMEVELA

Al fuego de la noche me despierto
oscuro y solitario centinela
delante de una lava y un desierto.

Los párpados apenas entreabiertos
la mente confundida en callejuelas
al fuego de la noche me despierto.

La sombra de mi cuarto es un incierto
camino a recorrer en duermevela
con la huella cercana de los muertos.

El cuerpo acalorado y encubierto
escurre por debajo de la tela
al fuego de la noche me despierto.

Respiro el aire tibio en un intento
de alcanzar la emoción de quien anhela
mas gano es pesadez, en desconcierto.

La forma de mi cuarto se hace puerto
de la muerte y mi angustia su gemela
al fuego de la noche me despierto
al frente ya no hay lava ni desierto.

Oscar Godoy Barbosa.

Es bien sabida, para aquellos que alguna vez lo han intentado, la titánica labor que demanda escribir un verso, un buen verso. Igualmente es sabido que este esfuerzo se triplica cuando se debe concentrar el mensaje, la emoción, en formas rígidas como la que propone el Villanelle. Estaría entrando en terrenos pantanosos, con el riesgo de hacer un ridículo de proporciones astronómicas y a la vez sentirme irresponsable por hacerlo, si me pusiera en la posición de hacer una crítica exhaustiva en cuanto a si este poema es bueno, si funciona o no, de acuerdo a las reglas que establece el arte de la buena poética. No, no lo haré. Pero, tampoco lo haré, porque de lo poco que sé de este campo, y lo poco que sé del arte en general, he tomado la decisión de ampararme en una verdad que parece absoluta hasta el momento: Toda apreciación de cualquier producto artístico siempre va a recaer en lo subjetivo de quien la analiza. Así que, de esta manera, escribiré. Me basaré en las emociones que suscitan las estrofas de este poema y adoptaré esta actitud como mi caballito de batalla que me llevará hasta la última línea de este (ojalá no tan precario) análisis.

En una primera lectura de “Duermevela”, de Oscar Godoy Barbosa, queda un sabor incierto (no amargo, no dulce) producido por la profundidad de sus líneas. Con esto no estoy diciendo que esté dejando un mensaje ambiguo, ambivalente, no, por el contrario, es tan contundente la expresión de ese cúmulo de sensaciones plasmadas que, vuelvo y explico, hablo sólo de mí, me recuerda a ese sabor de boca de un sueño en vigilia, o de una vigilia con sueño, un duermevela. Y, como tampoco pretendo yo con lo que escribo ser ambivalente, me explicaré mejor. Mirando más detenidamente, analizando más a fondo la razón de esa efecto producido por la primera lectura, se cae en la cuenta que hay estrofas bien logradas que dibujan imágenes bastante claras en la retentiva de quien las lee:

“El cuerpo acalorado y encubierto

Escurre por debajo de la tela

Al fuego de la noche me despierto”

Además de la belleza de las ideas que sugieren estas líneas, se puede ver que engranan perfectamente con la siguiente estrofa y mantienen una tensión ascendente para luego dar la estocada final, un golpe seco en el pecho:

“Al frente ya no hay ni lava ni desierto”

Pero no son sólo esos los ejemplos de los buenos símbolos descritos en Duermevela, hay que resaltar también la sensación que encierra la segunda estrofa y que sirve al lector, de cierta manera, como un augurio, un preámbulo de la densidad de emociones que vienen luego:

“Los párpados apenas entre abiertos

La mente confundida en callejuelas

Al fuego de la noche me despierto”

Es así como entonces, mirándolo desde la distancia, desde lo meramente emotivo, creo que el autor de este poema acierta en la escogencia de sus imágenes y palabras, en lo sutil y en lo más tangible para generar, al menos en lectores primerizos de poesía como yo, una sensación muy ajustada al Duermevela.

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DUERMEVELA

(Oscar Godoy Barbosa)

Al fuego de la noche me despierto
oscuro y solitario centinela
delante de una lava y un desierto.

Los párpados apenas entreabiertos
la mente confundida en callejuelas
al fuego de la noche me despierto.

La sombra de mi cuarto es un incierto
camino a recorrer en duermevela
con la huella cercana de los muertos.

El cuerpo acalorado y encubierto
escurre por debajo de la tela
al fuego de la noche me despierto.

Respiro el aire tibio en un intento
de alcanzar la emoción de quine anhela
mas gano es pesadez, en desconcierto.

La forma de mi cuarto se hace puerto
de la muerte y mi angustia su gemela
al fuego de la noche me despierto
al frente ya no hay lava ni desierto.

ANÁLISIS

Julio César Pérez Méndez

Al pie de los sueños levitan las sombras. Duermevela promete una sensación: la del hombre que se halla en la incertidumbre de estar en una zona intermedia entre el sueño y la vigilia, angustiado por confusiones y calores, y amenazado por la oscura estela de la muerte.

A fin de crear un ambiente propicio para el efecto físico y emocional, Godoy comienza con una estrofa en la que por un lado propone dos complementos: Oscuridad Soledad (Ambos relacionados con carencias: de luz y de compañía); Lava Desierto: dos elementos de la naturaleza, que se relacionan a través del calor y la esterilidad, pero que recuerdan, uno, lo que sale desde las entrañas y otro lo que está expuesto (¿la piel?); y un contrapunto: Fuego Noche. No obstante, aun cuando al terminar nos queda un rescoldo a temperatura de fiebre y un amago de delirio reptando junto a lo siniestro, que crece un poco cuando surge la tensión de los ojos entreabiertos (símbolo tal vez del limbo, la ambigüedad o la incertidumbre) y la mente enfrentada a las callejuelas; es notorio que la acumulación de artículos definidos (una, un), y de dos preposiciones (delante, de), frenan el envión, restan musicalidad al verso y ayudan poco a consolidar el cierre del poema.

La decisión del autor vuelve a evidenciarse en la tercera estrofa. Queda claro que el lugar es un cuarto, y es bueno recordar el valor que estos lugares ocupan en la buena literatura, pero la manera como se plantea el verso resta fortaleza a la intención: De “La sombra de mi cuarto, a “Sombras en un cuarto…”, por ejemplo, hay un trecho significativo en cuanto a la manera como se impacta al lector. A mi juicio, en este caso el plural habría marcado un hito.

Los dos mejores momentos literarios del Villanele, se aprecian en la cuarta y en la última estrofa: “un cuerpo que escurre por debajo de la tela”, (al cual imaginé como si una de las esculturas de madame Tussaud se derritiera lentamente en el verano eterno del Caribe). El segundo: un cuarto que se hace puerto de la muerte y la angustia del agobiado su gemela…Delicioso ese sabor de la erre circulando entre la lengua y el paladar.

El poema responde a los criterios del Villanelle en cuanto a la incorporación de dos rimas, para el caso: erto y ela. No obstante la calidad y pertinencia del léxico aplicado, la longitud de algunas palabras hace débil el cierre del verso, por ejemplo: entreabiertos, encubiertos (4 sílabas), incierto, intento (3 sílabas), situación que no ocurre con aquellas que constan de 2 sílabas: muertos, puertos, etc. Verbigracia, de acuerdo a Finch y Varnes: “Las rimas monosilábicas se emplean para crear un efecto emocional mucho mayor”. Como reflexión, el hecho de que no es la utilización de las palabras per se las que enriquecen los desarrollos narrativos o poéticos, sino la manera como se confabulan y encadenan las unas con las otras.

Destaco que se hizo poca utilización de la Cesura y el encabalgamiento, los cuales bien podrían contribuir a fortalecer el poema, pues lo habrían dotado de mayores resonancias y misticismos.

Por último me queda la duda de si era necesario sacrificar la estructura típica del Villanelle, ya que el verso B, se evita en las estrofas 3 y 5, y sólo aparece en la última, incluso remozado.


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INVIERNO

Un árbol viejo desnudo en invierno
asoma despacio su piel sin pájaros
y recoge la sombra que arropa al muerto
En la noche soporta los rasguños del viento
trasteando obstinado su soledad sin ácaros
un árbol viejo desnudo en invierno
Espera en silencio el corte de hierro
que vigila los parques, abriendo claros
y recoge la sombra que arropa al muerto
Exhuma en su rictus un sabor eterno
bebido en el vientre de jugos amargos
Un árbol viejo desnudo en invierno
semeja la fuerza del sempiterno
guardando sus lágrimas en curtidos cántaros
y recoge la sombra que arropa al muerto
Un hombre viejo, mudo, sediento
olvidó las horas que ayer fueron tiempo
Un árbol viejo desnudo en invierno
recoge la sombra que arropa su cuerpo


Flora Soto
Enero 2010



La forma no lo es todo. Pero ayuda.
Dicho así no tiene sentido. En cambio, cuando se habla de poesía, el matiz agarra justificación. Al desmenuzar un soneto, muchas de las preguntas se responden por sí solas. Con un villanelle la confirmación abunda en resonancias ineludibles.
Para quienes no estén relacionados con el concepto, sólo hace falta imaginar una estructura poética de 19 versos, divididos en 5 tercetos y 1 cuarteto. A esto le sumamos la constante propia de su naturaleza: el primer verso y el último de la primera estrofa se repiten, alternadamente, en los últimos versos de las restantes, a excepción de las dos postreras líneas en donde ambos reaparecen.
La poeta colombiana Flora Soto nos regala un ejemplo en Invierno, su primer y único villanelle hasta la fecha, en donde, contrario a su propuesta, experimenta sobre este esquema como prueba última hacia la afirmación de T.S. Eliot: una estructura fija contribuye a volcar los sentimientos más hondos pero enfocándose en el dominio de la forma.
Los versos “Un árbol viejo desnudo en invierno” y “y recoge la sombra que arropa al muerto” se alternan para crear el efecto deseado en un poema de desolación, sentimiento y finitud. En el mismo Soto alterna líneas tamizadas de sugerencias como “asoma despacio su piel sin pájaros” (acaso la mejor de todo Invierno), en la utilización de un lenguaje sensorial pleno, en el sonido de la vocal o para crear una música constante y en eventuales palabras esdrújulas como lágrimas, pájaros, ácaros o cántaros que logran melodías.
Es probable que para algunos ésta sea una muestra sólo admisible para los lectores incondicionales de Soto, sin embargo, la misma no está exenta de riesgo y sinceridad. Es probable que sin estos requisitos, sea imposible la existencia del misterio poético, incluso, cuando en el intento se tropiece varias veces y haya que volverse a levantar.
Sí, así mismo como sucede con el árbol viejo que soporta rasguños y arremolina arenisca… pero, eso sí, sin nunca descuidar su sombra.
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Sunday, January 31, 2010

Reading scheme

Here is Peter. Here is Jane. They like fun.
Jane has a big doll. Peter has a ball.
Look, Jane, look! Look at the dog! See him run!
Here is Mummy. She has baked a bun.
Here is the milkman. He has come to call.
Here is Peter. Here is Jane. They like fun.
Go Peter! Go Jane! Come, milkman, come!
The milkman likes Mummy. She likes them all
Look, Jane, look! Look at the dog! See him run!
Here are the curtains. They shut out the sun.
Let us peep! On tiptoe Jane! You are small!
Here is Peter. Here is Jane. They like fun.
I hear a car, Jane. The milkman looks glum.
Here is Daddy in his car. Daddy is tall.
Look, Jane, look! Look at the dog! See him run!
Daddy looks very cross. Has he a gun?
Up milkman! Up milkman! Over the wall!
Here is Peter. Here is Jane. They like fun.
Look, Jane, look! Look at the dog! See him run!

POR: Rubén Varona

Reading Scheme (Plan de Lectura) de la británica Wendy Cope, más que un simple poema, es un entramado de imágenes, símbolos y sentimientos que logra establecer un intenso diálogo entre la balada empleada en el Medioevo por los trovadores italianos (Villanelle) y la posmodernidad, a través del uso de una temática y de un lenguaje contemporáneos.
A la usanza de los cánticos que solían relatar experiencias de la vida pastoril, Reading Scheme emplea una estructura de 19 versos organizados en cinco estrofas de tres y una final de cuatro, para narrar la historia de Peter y Jane, niños que presencian la infidelidad de su madre con el lechero, así como el regreso a casa de su padre dispuesto a matar al amante de la esposa adultera, quien como un perro se ha dado a la fuga “Look, Jane, look! Look at the dog! See him run!”.
Wendy Cope con gran astucia y, un sentido del humor exquisito que por la simpleza del lenguaje bien podría hacer del poema una ronda infantil, se vale de la repetición de algunos de los versos (1, 6, 12, 18) y (3, 9, 15, 19), para tornar oscura y a su vez musical, una situación de aparente inocencia capaz de estremecer al lector.
La evidencia de una relación clandestina de la madre con el lechero, que viene de tiempo atrás, se hace explícita en el siguiente verso: “the milkman likes mummy”. Del mismo modo, la voz narrativa señala algunos intentos fallidos de la madre por ocultar su adulterio de los niños: “Go Peter! Go Jane,” y “Here are the curtains. They shut out the sun”, así como el interés de ella por satisfacerse sexualmente: “Come, milkman, come!”.
“They like fun”, es otro de los versos constantes a lo largo del poema; éste además de hacer referencia directa a los niños, de manera sutil alude al placer sexual de los amantes, quienes resultan ser los verdaderos protagonistas del poema.
Cada elemento del Villanelle se recubre de una carga simbólica muy fuerte, ambientada en una escena de la vida diaria, donde la autora encuentra un espacio para explorar la inocencia de los niños, la gravedad de una traición, el ego de un hombre cornudo, el lechero caracterizado como la bestia que huye luego de satisfacer sus deseos carnales y la casada infiel, en palabras de Cervantes, quien encuentra en la soledad el pretexto ideal para su traición.
Wendy Cope en Reading Scheme, vuelve los ojos atrás para unirse al selecto grupo de poetas que se han dado a la tarea de resucitar una forma como la del Villanelle, por décadas condenada al sueño de los justos. Vale la pena resaltar su cuidado al conservar la estructura original, la simplicidad en las ideas, la agudeza en el sentido del humor y la musicalidad, sin dar la espalda a su tiempo, pues sus versos dejan entrever los matices propios de la sociedad posmoderna.
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