Monday, March 1, 2010

Letanías de Allen Ginsberg


POR: Rubén Varona

“I saw the best minds of my generation destroyed by
madness, starving hysterical naked,”

Allen Ginsberg, asfixiado por el materialismo y las frivolidades de la vida moderna, en su poesía eleva su voz disonante y vuelve sus ojos al hombre, buscando su propia esencia. Por ello Howl no es un lamento, tampoco una pesadilla, sino el aullido de alguien que escribe con su propia sangre, como diría Nietzsche, consciente de que el mundo tal como se vive, se desmorona ante los ojos inertes de una sociedad apática, al borde del precipicio.
Tal vez el mayor acierto de la poesía de Ginsberg, sea su lenguaje honesto y desgarrador, alimentado con su propia existencia, impregnado de sensaciones que hieren, que como una bofetada sacuden al lector.

“I want people to bow as they see me and say
he is gifted with poetry, he has seen the presence of
the Creator.
And the Creator gave me a shot of his presence
to gratify my wish, so as not to cheat me of my yearning
for him.”

Otro acierto poético de Ginsberg en su poética, está en su estrategia de llamar a las cosas por su nombre: Las drogas son las drogas, un pene es un pene, y la locura humana es la locura humana; sin utilizar símiles rebuscados o metáforas en desuso. Así, el lector queda atrapado en los significados que encierran las palabras en su connotación primaria. Esta estrategia encuentra su perfección al maldecir su realidad, pero también al santificarla, al hallar girasoles ocultos tras capas de mugre, o confundirse entre las góndolas de un supermercado para entablar un diálogo surrealista con sus maestros y olvidar el hambre, la soledad, la miseria humana que lo rodea.
La realidad descrita por el autor al ritmo de un jazz de Charlie Parker o de Dizze Gillespie, es aquella que refleja ciudades de alcantarillas putrefactas, de locura e injusticias sociales, pero que a pesar de la fealdad de la vida misma, siempre encuentran un girasol, un sentimiento de amistad o una terminal de buses que lo lleve a otro lugar, a una estación más en su búsqueda de sentido.
El poema es una conversación a bordo de sí mismo, de su propia esquizofrenia. En él, se respirara el perfume de sus fantasmas, como el de García Lorca entre sandias, el de Carl Salomón entre los delirios de peyote, el de Walt Whitman, preguntándose quién mato a las chuletas de cerdo, o del mismísimo Kerouac, como alter ego del poeta.
Hace 54 años se escuchó por primera vez la voz disonante de Ginsberg y fue tan fuerte que posibilitó algunos de los fenómenos más importantes del siglo XX, como el movimiento hippie, la lucha por la igualdad racial y el feminismo; pero la hipocresía propia de una sociedad norteamericana de postguerra, consideró Howl como un texto pornográfico y obsceno, y posó sobre Ginsberg un INRI de escritor maldito, que mandó a la cárcel a su editor Lawrence Ferlinghetti. Por suerte la jueza que presidió el juicio en contra no encontró obscenidad en el poema y en su sentencia recordó el refrán: «Honi soit qui mal y pense» (El mal está en quien piensa mal).
En este sentido resulta lógico que el autor haya sido tildado de inmoral y que la edición de Howl, que además reunía otros poemas hubiese sido recogida por el gobierno:
¿Quién más hubiese podido hablarle así a América, que un hijo suyo? ¿Quién más hubiese podido poner su dedo en la llaga a un pueblo adormilado pero sediento de paz?
“America when will we end the human war? Go fuck yourself with your atom bomb.”
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