Cuánta fecundidad hay en la tierra baldía. Al leer los versos de Eliot no quedan dudas del poder de la poesía: jugar con las palabras y encontrar la belleza en la desolación total. Si no, ¿por qué tiene que ser La tierra baldía lo más cercano a un sinónimo de oxímoron?
Entre truenos, fichas de ajedrez y entierros, los 433 versos se pasean por la memoria, los mitos, las ausencias y la palabra bien ubicada. De Eliot se rememora su relación con Ezra Pound, a quien le dedicó La tierra baldía, y lo mucho que éste último alentó al autor de Asesinato en la catedral para lanzarse a la arena de la publicación poética.
La tierra baldía está estructura en cinco partes, a saber: El entierro de los muertos, Una partida de ajedrez, Sermón del fuego, Muerte por agua y Lo que dijo el trueno. Está construido bajo la forma de un verso libre, aunque Eliot dijera que ninguno podía aspirar a serlo cuando su autor se planteara hacer un buen trabajo, y patentiza la angustia y decadencia de una generación sumida en los escombros de la postguerra.
Su personaje principal, Tiresias, ciego y vidente a partes iguales, es una metáfora de la condición humana. En él Eliot encarna e intenta el milagro de ver a los hombres con la impotencia de ya no ser uno de ellos. Poliédrico, y a ratos babélico, el escrito rompe esquemas e integra una nueva forma de entender la poesía del siglo XX. De alguna manera, el mismo autor cumplió un principio deicida a la hora de cincelar versos. Ya el mismo comienzo da una idea de la trasgresión, en donde el mes que brinda la primavera es tachado de cruel. Quizás por eso esta tierra baldía con la lectura resulte ser tan fértil.
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