Friday, March 5, 2010

Enésimo apunte beat

Música y beatniks no son conceptos excluyentes.

Existe una leyenda que se esconde detrás de la historia de En el camino, quizás la gran novela de este grupo literario. Dicen que Kerouac, aventurero y bohemio, escribió su libro más famoso en tres semanas de 1951, mientras escuchaba jazz en un cuartucho. Para no interrumpir su proceso buscó un largo rollo, apergaminado, en donde tecleó la gran excursión de Sal Paradise y Dean Moriarty (o de él mismo y de su compañero Neal Cassady) sin necesidad de cambiar las hojas en su máquina de escribir. En el exorcismo utilizó como mantra la frase: “primer pensamiento: el mejor pensamiento”. De allí que el espíritu de la novela despida cierto aire de improvisación y espontaneidad, como un dejarse llevar, como algunas canciones de free jazz en el bajo de Jaco Pastorius.

Tampoco para nadie es un secreto la predilección que sentía Kerouac por esta música (en su libro Mexico City Blues el experimento con el ritmo es incontestable). En los 40, cuando conoció en Columbia a sus amigos de generación, William Burroughs y Allen Ginsberg (Old Bull Lee y Carlo Marx, en la novela), los garitos de Nueva York eran dominio de Charlie Parker, Dizzy Gillespie y Miles Davis. Ellos experimentaron con las formas, abolieron los arreglos clásicos y dejaban todo en manos de la improvisación. Lo suyo terminó por llamarse jazz bebop. Beat era la palabra que mejor encajaba en sus maromas musicales, al ser considerada por los jazzistas como el pulso del acento rítmico sobre el cual se improvisaba. Kerouac no dudó en apropiarse del término hasta afirmar que él formaba parte de la Generación Beat, con todas las ambigüedades que el nombre traía consigo.

Los beats fue un conglomerado surgido con el desencanto de la guerra. Sin embargo, buscaron la libertad y las nuevas sensaciones, en todas sus formas, como contrapeso a la aplastante realidad. Por eso no es descabellado pensar que, dentro de la improvisación de su estructura, existan detalles premeditados.

Cuando se está ante Aullido de Allen Ginsberg las resonancias cobran más significados. Ahora, en el terreno poético, Neal Cassady vuelve a ser un espectro creador, una musa, la gasolina que hace posible el poemario. Es Ginsberg quien describe su primer contacto sexual con este personaje. Tomado de la mano de Cassady reconoce en Burroughs a su amigo y gurú, al hombre que le regalo el titulo de su volumen, y con esto se atreve a atreverse. Se lanza en el tobogán del jazz y comienza un viaje sin freno, lleno de miasmas, fluidos, vergas y garitos. Un grito que encierra otros gritos en una humanidad que nadie quiere leer de esa forma. El chofi es puñal, por ejemplo. Resulta increíble que este libro haya sido perseguido, cercado y juzgado con la misma severidad destinada a un ciudadano.

Como siempre, el arte queda y los intríngulis se vuelven eso: anécdotas. Aullido levanto polémica y no es una lectura complaciente, pero es muy posible que en este poemario se concentre toda una propuesta grupal. La sinceridad comprimida de todos los beatniks. La eucaristía de una generación.
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Wednesday, March 3, 2010

Aullido

Aullido.

Allen Ginsberg

Es bastante difícil tratar de escribir algo novedoso de un poema que ya mucha gente con antelación, y mejores argumentos, analizó antes que uno. Así que de una vez, si usted se encuentra leyendo esto, queda advertido, tal vez no vaya a encontrar nada nuevo.

En la lectura de la traducción hecha por Rodrigo Olavarría del poema “Howl” del escritor Allen Ginsberg, pude encontrar muchas similitudes con un libro que, al igual como pasó en la época en que salió éste texto, retrató y revolucionó (me refiero a una revolución de esas chiquitas) a una generación particular. El libro al que me refiero se llama “Opio en la nubes” del escritor colombiano Rafael Chaparro Madiedo. “Opio en las nubes”, al igual que “Howl”, fue la radiografía de cierta parte de una generación que, como en todas las últimas generaciones, han querido “romper un molde”, salirse del esquema que la sociedad a cada uno le otorga la suerte y que sin querer queriendo se cultiva con paciencia y esmero. Y un sentimiento de culpa. Y de rabia y de impotencia.

Sería difícil, tal vez un poco inútil, tratar de resumir la trama de ambos textos en un reglón y medio. Sería difícil porque en ambos textos, aunque en un principio no parezcan muy visibles, tienen un trama fraccionada por cantidades de imágenes la cual cada una en sí misma contiene una subtrama. Yo veo la estructura de este poema y de este libro como dos álbumes de fotos de alguien que con una cámara estuvo ahí en el momento indicado para congelar desde el momento más feliz hasta el más triste de su cercano mundo.

“Sólo existe el presente y punto. El presente es ya, es un techo, una calle, una lata de cerveza vacía, es la lluvia que cae en la noche, es un avión que pasa y hace vibrar las flores que Amarilla ha puesto en el florero, el presente es el cielo azul, es una gata a la que le digo eres cosa seria y ella me responde sí, soy cosa seria, mierda, el presente es un poco de whisky con flores, es esa canción con café negro, es ese ritmo con olor a tomate, ocho de la mañana, techos grises, teticas con pecas, nada que hacer I want a trip trip trip mierda que cosa tan seria. “

Pg 96. Opio en la Nubes.

Hay una evidente relación en cuanto al tratamiento de la temática de este texto citado en comparación con la primera parte del poema de Ginsberg. Hay apartes de “Howl” muy cercanos a la prosa en la que se vale de líneas más largas cargadas de una tensión y un ritmo necesario para los clímax que describía:

(…) que salieron de putas por Colorado en miríadas de autos robados por una noche, N.C. héroe secreto de estos poemas, follador y Adonis de Denver -regocijémonos con el recuerdo de sus innumerables jodiendas de muchachas en solares vacíos y patios traseros de restaurantes, en desvencijados asientos de cines, en cimas de montañas, en cuevas o con demacradas camareras en familiares solitarios levantamientos de enaguas y especialmente secretos solipsismos en baños de gasolineras y también en callejones de la ciudad natal (…)

(…) que fueron quemados vivos en sus inocentes trajes de franela en Madison Avenue entre explosiones de versos plúmbeos & el enlatado martilleo de los férreos regimientos de la moda & los gritos de nitroglicerina de maricas de la publicidad & el gas mostaza de inteligentes editores siniestros, o fueron atropellados por los taxis ebrios de la realidad absoluta (…)

Los dos en apariencia, en forma, son versos en prosa, pero no dejan de perder la esencia poética.

En la segunda parte del poema “Howl” encontramos también algunas similitudes con “Opio en las nubes” pero de una manera más general. Se puede distinguir en este fragmento del poema que es un desarrollo más agresivo, más bulloso, estridente de la idea que venía tratando en la primera parte. Es como su nombre lo indica, y como seguramente mucha gente lo habrá dicho, un aullido. El chofi es un puñal. La cercanía que tiene este frente a opio en las nubes es que el libro, en su conjunto, en su naturaleza misma es otro aullido (Y esto también lo ha dicho mucha gente).

Finalmente en la última, y más pasiva, parte del poema, el autor se muestra en una faceta mucho más reflexiva pero al mismo tiempo punzante y sin desligarse de la intención central del poema.

(…) Estoy contigo en Rockland
Donde te burlas de los cuerpos de tus enfermeras las arpías del Bronx
Estoy contigo en Rockland
Donde gritas en una camisa de fuerza que estás perdiendo el juego del verdadero
ping pong del abismo
Estoy contigo en Rockland
Donde golpeas el piano catatónico el alma es inocente e inmortal jamás debería
morir sin dios en una casa de locos armada
Estoy contigo en Rockland
Donde cincuenta shocks más no te devolverán nunca tu alma a su cuerpo de su
peregrinaje a una cruz en el vacío
Estoy contigo en Rockland
Donde acusas a tus doctores de locura y planeas la revolución socialista hebrea
contra el Gólgota nacional fascista
Estoy contigo en Rockland
Donde abres los cielos de Long Island y resucitas a tu Jesús humano y viviente de la
tumba sobrehumana
(…)”

Por su parte en “Opio en las nubes”:

Kilómetro 20

Highway, mi amor

Encendiste la máquina de hacer los días

Y no sé cómo pararla

He intentado con los silencios, con los ruidos

Con las palabras, con la lluvia

Con la llave número 13

Highway, mi amor

Encendiste la máquina de hacer los días

Y no sé cómo pararla

Highway, mi amor

Prefiero las máquinas de hacer pájaros.

Página 155.

Son evidentes entonces las similitudes en ambos textos, en cuanto a la temática en cuanto a son retratos de una generación particula, la forma de expresarla esa realidad, en un álbum de fotografías.

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MOVIMIENTO Y VELOCIDAD EN HOWL

Patada en los genitales, puñalada en el ojo, vómito negro de perro sarnoso en un callejón hinchado de basuras. Howl, es el símbolo de lo terrible, seco, e inmisericorde, que palpita (estridente algunas veces, potencialmente casi siempre) en las entrañas de los hombres.

A mi juicio, lo más impactante del poema es que genera una fuerte sensación de movimiento y velocidad. Para lograr ese efecto devastador, recojo 5 condiciones determinantes:

1. Manejo de la energía (Contenida Vs. Emitida): Los versos expresan sin ambages un motivo, razón o determinación y, sin embargo, en la medida que se encadenan, al tiempo que explotan, guardan con acierto una gran cantidad de material tensionante. Los iniciales son ejemplares:

He visto los mejores cerebros de mi generación destruidos por la
locura, famélicos, histéricos, desnudos,
arrastrándose de madrugada por las calles de los negros en busca de
un colérico picotazo


El comienzo es contundente y en el fondo, casi oculto, uno busca una causa, o espera una consecuencia en las acciones.

2. Juego de longitudes con los versos: Es una constante el quiebre de los versos, alternando entre estrofas con medidas regulares, y otras que incorporan largos y cortos. Ya que con un poema se afecta lo físico y lo emocional, puedo afirmar que dicha distribución, sumada al contenido, primero arrastra y magnetiza al lector, gracias a versos kilométricos, veloces por la casi ausencia de puntuación, y cuando la inercia que provocan, nos invita a seguir en ese estado, entonces la dimensión se altera con un verso milimétrico que frena, reduce y detiene.

Que hablaban sin interrupción durante una setenta horas del parque al apartamento al bar a Bellevue al museo al Puente de/
Brooklyn,


Lo más parecido a ello, es la sensación de estar subidos en una montaña rusa.

3. Repeticiones y exclamaciones: Envuelven la lectura en una atmósfera de delirio, potenciada por un ritmo trepidante. Las repeticiones generan una percepción de viaje en espiral, como cuando nos trasladamos teniendo un punto fijo como referencia o hito.

Carl Solomon! Estoy contigo en Rockland
donde tú estás más loco que yo
Estoy contigo en Rockland
donde debes sentirte muy extraño
Estoy contigo en Rockland
donde imitas la sombra de mi madre Estoy contigo en Rockland


Las exclamaciones, por su parte, hace que la lectura roce con la paranoia o la esquizofrenia. (Esto se nota especialmente en la estrofa de Moloch).

¡Moloch en cuyo seno me aposento en soledad! ¡Moloch en cuyo seno sueño ángeles! ¡Demente en el seno de Moloch! ¡Chupapo-llas en Moloch! ¡Desamado y sin hombre en el seno de Moloch

4. Lugares y personajes: Fortalecen la idea de movimiento pues, mediante ellos, cambia constantemente la perspectiva de localización. A eso se suma la inclusión de innumerables personajes, lo que posibilita una imagen de masa o volumen.
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Monday, March 1, 2010

Letanías de Allen Ginsberg


POR: Rubén Varona

“I saw the best minds of my generation destroyed by
madness, starving hysterical naked,”

Allen Ginsberg, asfixiado por el materialismo y las frivolidades de la vida moderna, en su poesía eleva su voz disonante y vuelve sus ojos al hombre, buscando su propia esencia. Por ello Howl no es un lamento, tampoco una pesadilla, sino el aullido de alguien que escribe con su propia sangre, como diría Nietzsche, consciente de que el mundo tal como se vive, se desmorona ante los ojos inertes de una sociedad apática, al borde del precipicio.
Tal vez el mayor acierto de la poesía de Ginsberg, sea su lenguaje honesto y desgarrador, alimentado con su propia existencia, impregnado de sensaciones que hieren, que como una bofetada sacuden al lector.

“I want people to bow as they see me and say
he is gifted with poetry, he has seen the presence of
the Creator.
And the Creator gave me a shot of his presence
to gratify my wish, so as not to cheat me of my yearning
for him.”

Otro acierto poético de Ginsberg en su poética, está en su estrategia de llamar a las cosas por su nombre: Las drogas son las drogas, un pene es un pene, y la locura humana es la locura humana; sin utilizar símiles rebuscados o metáforas en desuso. Así, el lector queda atrapado en los significados que encierran las palabras en su connotación primaria. Esta estrategia encuentra su perfección al maldecir su realidad, pero también al santificarla, al hallar girasoles ocultos tras capas de mugre, o confundirse entre las góndolas de un supermercado para entablar un diálogo surrealista con sus maestros y olvidar el hambre, la soledad, la miseria humana que lo rodea.
La realidad descrita por el autor al ritmo de un jazz de Charlie Parker o de Dizze Gillespie, es aquella que refleja ciudades de alcantarillas putrefactas, de locura e injusticias sociales, pero que a pesar de la fealdad de la vida misma, siempre encuentran un girasol, un sentimiento de amistad o una terminal de buses que lo lleve a otro lugar, a una estación más en su búsqueda de sentido.
El poema es una conversación a bordo de sí mismo, de su propia esquizofrenia. En él, se respirara el perfume de sus fantasmas, como el de García Lorca entre sandias, el de Carl Salomón entre los delirios de peyote, el de Walt Whitman, preguntándose quién mato a las chuletas de cerdo, o del mismísimo Kerouac, como alter ego del poeta.
Hace 54 años se escuchó por primera vez la voz disonante de Ginsberg y fue tan fuerte que posibilitó algunos de los fenómenos más importantes del siglo XX, como el movimiento hippie, la lucha por la igualdad racial y el feminismo; pero la hipocresía propia de una sociedad norteamericana de postguerra, consideró Howl como un texto pornográfico y obsceno, y posó sobre Ginsberg un INRI de escritor maldito, que mandó a la cárcel a su editor Lawrence Ferlinghetti. Por suerte la jueza que presidió el juicio en contra no encontró obscenidad en el poema y en su sentencia recordó el refrán: «Honi soit qui mal y pense» (El mal está en quien piensa mal).
En este sentido resulta lógico que el autor haya sido tildado de inmoral y que la edición de Howl, que además reunía otros poemas hubiese sido recogida por el gobierno:
¿Quién más hubiese podido hablarle así a América, que un hijo suyo? ¿Quién más hubiese podido poner su dedo en la llaga a un pueblo adormilado pero sediento de paz?
“America when will we end the human war? Go fuck yourself with your atom bomb.”
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La fatalidad inevitable.

Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca.


En esta elegía, Lorca no sólo canta la muerte del torero, sino que además lamenta la pérdida del amigo íntimo, adquiriendo dimensiones tan dramáticas como épicas a lo largo de las cuatro partes de las que consta el poema: La Cogida y la Muerte, La Sangre Derramada, Cuerpo Presente y Alma Ausente. Es la segunda parte la que interesa para este comentario, puesto que me parece significativa por las razones que a continuación expongo.

Mientras que en la primer parte, el poeta encausa su esfuerzos en crear una polaroid lírica, en capturar el instante en el que se presenta la tragedia para conservar un fragmento del tiempo que es y jamás volverá a ser, en La Sangre Derramada, Lorca descubre el dolor que él experimenta ante la muerte de su amigo, a la vez que elogia sus hazañas en el ruedo: lugar donde justamente representa la escena más dramática.

Es, además, el punto en el que el poema nos demanda atención, con una especie de volta marcado por un cambio estructural: si bien en La Cogida y la Muerte, la repetición del verso “A las cinco de la tarde” le da un sentido de constancia y contundencia al poema, en esta segunda parte, se rompe la forma para adoptar la del romance, que a mi juicio refuerza el espíritu popular de este llanto.

Pero es, sin duda, el verso inicial y su repetición lo que impacta con mayor fuerza: ¡Que no quiero verla!, asegura Lorca, estableciendo el ritmo a la vez que rechazando absolutamente la presencia de la sangre, cuya imagen todo lo llena.

Como el nombre lo evidencia, el sentimiento de este poema de Lorca es el rastro de desolación que deja a su paso la muerte, de impotencia ante el carácter inexorable de la fatalidad. Y me atrevo a sugerir, incluso, que el poeta acepta con estoicismo lo inevitable, cuando al final de Cuerpo Presente declara: ¡También se muere el mar!

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