Música y beatniks no son conceptos excluyentes.
Existe una leyenda que se esconde detrás de la historia de En el camino, quizás la gran novela de este grupo literario. Dicen que Kerouac, aventurero y bohemio, escribió su libro más famoso en tres semanas de 1951, mientras escuchaba jazz en un cuartucho. Para no interrumpir su proceso buscó un largo rollo, apergaminado, en donde tecleó la gran excursión de Sal Paradise y Dean Moriarty (o de él mismo y de su compañero Neal Cassady) sin necesidad de cambiar las hojas en su máquina de escribir. En el exorcismo utilizó como mantra la frase: “primer pensamiento: el mejor pensamiento”. De allí que el espíritu de la novela despida cierto aire de improvisación y espontaneidad, como un dejarse llevar, como algunas canciones de free jazz en el bajo de Jaco Pastorius.
Tampoco para nadie es un secreto la predilección que sentía Kerouac por esta música (en su libro Mexico City Blues el experimento con el ritmo es incontestable). En los 40, cuando conoció en Columbia a sus amigos de generación, William Burroughs y Allen Ginsberg (Old Bull Lee y Carlo Marx, en la novela), los garitos de Nueva York eran dominio de Charlie Parker, Dizzy Gillespie y Miles Davis. Ellos experimentaron con las formas, abolieron los arreglos clásicos y dejaban todo en manos de la improvisación. Lo suyo terminó por llamarse jazz bebop. Beat era la palabra que mejor encajaba en sus maromas musicales, al ser considerada por los jazzistas como el pulso del acento rítmico sobre el cual se improvisaba. Kerouac no dudó en apropiarse del término hasta afirmar que él formaba parte de la Generación Beat, con todas las ambigüedades que el nombre traía consigo.
Los beats fue un conglomerado surgido con el desencanto de la guerra. Sin embargo, buscaron la libertad y las nuevas sensaciones, en todas sus formas, como contrapeso a la aplastante realidad. Por eso no es descabellado pensar que, dentro de la improvisación de su estructura, existan detalles premeditados.
Cuando se está ante Aullido de Allen Ginsberg las resonancias cobran más significados. Ahora, en el terreno poético, Neal Cassady vuelve a ser un espectro creador, una musa, la gasolina que hace posible el poemario. Es Ginsberg quien describe su primer contacto sexual con este personaje. Tomado de la mano de Cassady reconoce en Burroughs a su amigo y gurú, al hombre que le regalo el titulo de su volumen, y con esto se atreve a atreverse. Se lanza en el tobogán del jazz y comienza un viaje sin freno, lleno de miasmas, fluidos, vergas y garitos. Un grito que encierra otros gritos en una humanidad que nadie quiere leer de esa forma. El chofi es puñal, por ejemplo. Resulta increíble que este libro haya sido perseguido, cercado y juzgado con la misma severidad destinada a un ciudadano.