Oscar Godoy Barbosa.
Es bien sabida, para aquellos que alguna vez lo han intentado, la titánica labor que demanda escribir un verso, un buen verso. Igualmente es sabido que este esfuerzo se triplica cuando se debe concentrar el mensaje, la emoción, en formas rígidas como la que propone el Villanelle. Estaría entrando en terrenos pantanosos, con el riesgo de hacer un ridículo de proporciones astronómicas y a la vez sentirme irresponsable por hacerlo, si me pusiera en la posición de hacer una crítica exhaustiva en cuanto a si este poema es bueno, si funciona o no, de acuerdo a las reglas que establece el arte de la buena poética. No, no lo haré. Pero, tampoco lo haré, porque de lo poco que sé de este campo, y lo poco que sé del arte en general, he tomado la decisión de ampararme en una verdad que parece absoluta hasta el momento: Toda apreciación de cualquier producto artístico siempre va a recaer en lo subjetivo de quien la analiza. Así que, de esta manera, escribiré. Me basaré en las emociones que suscitan las estrofas de este poema y adoptaré esta actitud como mi caballito de batalla que me llevará hasta la última línea de este (ojalá no tan precario) análisis.
En una primera lectura de “Duermevela”, de Oscar Godoy Barbosa, queda un sabor incierto (no amargo, no dulce) producido por la profundidad de sus líneas. Con esto no estoy diciendo que esté dejando un mensaje ambiguo, ambivalente, no, por el contrario, es tan contundente la expresión de ese cúmulo de sensaciones plasmadas que, vuelvo y explico, hablo sólo de mí, me recuerda a ese sabor de boca de un sueño en vigilia, o de una vigilia con sueño, un duermevela. Y, como tampoco pretendo yo con lo que escribo ser ambivalente, me explicaré mejor. Mirando más detenidamente, analizando más a fondo la razón de esa efecto producido por la primera lectura, se cae en la cuenta que hay estrofas bien logradas que dibujan imágenes bastante claras en la retentiva de quien las lee:
“El cuerpo acalorado y encubierto
Escurre por debajo de la tela
Al fuego de la noche me despierto”
Además de la belleza de las ideas que sugieren estas líneas, se puede ver que engranan perfectamente con la siguiente estrofa y mantienen una tensión ascendente para luego dar la estocada final, un golpe seco en el pecho:
“Al frente ya no hay ni lava ni desierto”
Pero no son sólo esos los ejemplos de los buenos símbolos descritos en Duermevela, hay que resaltar también la sensación que encierra la segunda estrofa y que sirve al lector, de cierta manera, como un augurio, un preámbulo de la densidad de emociones que vienen luego:
“Los párpados apenas entre abiertos
La mente confundida en callejuelas
Al fuego de la noche me despierto”
Es así como entonces, mirándolo desde la distancia, desde lo meramente emotivo, creo que el autor de este poema acierta en la escogencia de sus imágenes y palabras, en lo sutil y en lo más tangible para generar, al menos en lectores primerizos de poesía como yo, una sensación muy ajustada al Duermevela.
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