(Oscar Godoy Barbosa)
Al fuego de la noche me despierto
oscuro y solitario centinela
delante de una lava y un desierto.
Los párpados apenas entreabiertos
la mente confundida en callejuelas
al fuego de la noche me despierto.
La sombra de mi cuarto es un incierto
camino a recorrer en duermevela
con la huella cercana de los muertos.
El cuerpo acalorado y encubierto
escurre por debajo de la tela
al fuego de la noche me despierto.
Respiro el aire tibio en un intento
de alcanzar la emoción de quine anhela
mas gano es pesadez, en desconcierto.
La forma de mi cuarto se hace puerto
de la muerte y mi angustia su gemela
al fuego de la noche me despierto
al frente ya no hay lava ni desierto.
ANÁLISIS
Julio César Pérez Méndez
Al pie de los sueños levitan las sombras. Duermevela promete una sensación: la del hombre que se halla en la incertidumbre de estar en una zona intermedia entre el sueño y la vigilia, angustiado por confusiones y calores, y amenazado por la oscura estela de la muerte.
A fin de crear un ambiente propicio para el efecto físico y emocional, Godoy comienza con una estrofa en la que por un lado propone dos complementos: Oscuridad Soledad (Ambos relacionados con carencias: de luz y de compañía); Lava Desierto: dos elementos de la naturaleza, que se relacionan a través del calor y la esterilidad, pero que recuerdan, uno, lo que sale desde las entrañas y otro lo que está expuesto (¿la piel?); y un contrapunto: Fuego Noche. No obstante, aun cuando al terminar nos queda un rescoldo a temperatura de fiebre y un amago de delirio reptando junto a lo siniestro, que crece un poco cuando surge la tensión de los ojos entreabiertos (símbolo tal vez del limbo, la ambigüedad o la incertidumbre) y la mente enfrentada a las callejuelas; es notorio que la acumulación de artículos definidos (una, un), y de dos preposiciones (delante, de), frenan el envión, restan musicalidad al verso y ayudan poco a consolidar el cierre del poema.
La decisión del autor vuelve a evidenciarse en la tercera estrofa. Queda claro que el lugar es un cuarto, y es bueno recordar el valor que estos lugares ocupan en la buena literatura, pero la manera como se plantea el verso resta fortaleza a la intención: De “La sombra de mi cuarto, a “Sombras en un cuarto…”, por ejemplo, hay un trecho significativo en cuanto a la manera como se impacta al lector. A mi juicio, en este caso el plural habría marcado un hito.
Los dos mejores momentos literarios del Villanele, se aprecian en la cuarta y en la última estrofa: “un cuerpo que escurre por debajo de la tela”, (al cual imaginé como si una de las esculturas de madame Tussaud se derritiera lentamente en el verano eterno del Caribe). El segundo: un cuarto que se hace puerto de la muerte y la angustia del agobiado su gemela…Delicioso ese sabor de la erre circulando entre la lengua y el paladar.
El poema responde a los criterios del Villanelle en cuanto a la incorporación de dos rimas, para el caso: erto y ela. No obstante la calidad y pertinencia del léxico aplicado, la longitud de algunas palabras hace débil el cierre del verso, por ejemplo: entreabiertos, encubiertos (4 sílabas), incierto, intento (3 sílabas), situación que no ocurre con aquellas que constan de 2 sílabas: muertos, puertos, etc. Verbigracia, de acuerdo a Finch y Varnes: “Las rimas monosilábicas se emplean para crear un efecto emocional mucho mayor”. Como reflexión, el hecho de que no es la utilización de las palabras per se las que enriquecen los desarrollos narrativos o poéticos, sino la manera como se confabulan y encadenan las unas con las otras.
Destaco que se hizo poca utilización de la Cesura y el encabalgamiento, los cuales bien podrían contribuir a fortalecer el poema, pues lo habrían dotado de mayores resonancias y misticismos.
Por último me queda la duda de si era necesario sacrificar la estructura típica del Villanelle, ya que el verso B, se evita en las estrofas 3 y 5, y sólo aparece en la última, incluso remozado.
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